La casa de cartón (Luis Alberto Sánchez)
Desde aquello que supuestamente da origen al título ya tendríamos algo que decir sobre “La casa de cartón”, algo que podría ir desde lo casi metafísico hasta lo anecdótico. No obstante, considerando la próxima placa conmemorativa a colocarse en la casa de Barranco donde Martín Adán escribió el libro, vale ahora detenerse en aquellas iniciativas que han buscado perpetuar y aumentar el impacto de tal título. Hasta donde podemos contar, están la placa que colocó la revista de Gonzalo Bulnes en la referida casa, el programa de radio dirigido por José Watanabe en la década de 1970, la revista dirigida por Sandro Chiri que arranca en 1980, un colegio alternativo en Chorrillos desde 1984, la colección Underwood editada por Julio del Valle y Ricardo Sumalavia en los 2000, y la reciente biblioteca infantil en Barranco. A propósito de esto, reproducimos aquí el texto de Luis Alberto Sánchez que aparece en la revista de Chiri aplaudiendo la razón del título (Jorge Valverde).
La casa de cartón (1)
Por Luis Alberto Sánchez.
En 1920 ingresé como profesor de primaria y secundaria al Colegio Alemán de Lima. Tuve que enfrentarme al mismo tiempo a una promoción de diez años de edad y a otra de 18, casi mi contemporánea. Yo había cumplido los 20. Desde entonces hasta 1927 uno de mis alumnos fue Rafael de la Fuente Benavides, un muchacho silencioso, de ojos extáticos en quien se adivinaba una conciencia alerta y un gusto por el estudio difícil de comparar. El grupo de alumnos al que se incorporó Rafael estaba formado por Estuardo Núñez, Guillermo Lohmann, Alberto Wagner, Carlos Cueto, Luis Felipe Alarco y tal vez me olvido de algunos de iguales términos. Era una promoción ideal. Otro de sus maestros fue el poeta Alberto Ureta a quien profesaban una admiración callada, pero evidente. Esa generación fue aumentada ya en la Universidad por Enrique Peña Barrenechea, Augusto Tamayo y algún otro.
Mi experiencia de prácticamente seis o siete años frente a Rafael de la Fuente y a esos muchachos ávidos de saber fue muy provechosa para mí. Yo reemplacé en dos ocasiones al profesor español Emilio Huidobro en la clase de Castellano y allí tuve la oportunidad de aquilatar mejor a Rafael.
El año 26 esa promoción abandonó el colegio y Rafael inició amistad con José Carlos Mariátegui, el cual publicó en Amauta unos sonetos irónicos de Rafael. Este lo firmó con el seudónimo de Martín Adán. Mariátegui explicaba a su modo aquel seudónimo. Era la creación completa: Martín por el mono darwiniano antecesor, según Darwin, del hombre, y Adán por el nombre del primer ser humano según la Biblia. Martín Adán nunca me confirmó esta interpretación.
En ese tiempo había surgido en Lima el afán de leer a James Joyce y a Marcel Proust, dos cultores del psicologismo literario. El personaje Stephen Dedalus parecía una anticipación de Martín Adán. Este trabajaba con ahínco una pequeña obra de ambiente joyciano. Yo manejaba entonces la imprenta del asilo Larco Herrera en sociedad con Ismael Bielich y cuando supe del empeño de Martín Adán nos constituimos en los editores de su primer libro La casa de cartón aparecido en 1928.
La sorpresa literaria fue grande, aquel muchacho recién matriculado en San Marcos constituía una gran novedad literaria; desde ese momento Martín Adán quedó consagrado. En clase iniciamos un curso sobre el Romanticismo. Ya el año 31; cada alumno debía hacer un capítulo y teníamos el concurso de Peña, Tamayo, Jorge Patrón y Nicanor Silva Salgado. La clausura de la Universidad en 1932 desperdigó los originales de aquel libro plural. Mantuve con Martín Adán una amistad un poco magistral cuando en 1945 regresé al Perú, después de un exilio de once años. Por entonces encontré a Martín empeñado en publicar (2) su tesis de Doctor: De lo barroco en el Perú. Me entregó los originales, como Rector de San Marcos, pero me los quitó después temiendo que esa vinculación lo hiciera aparecer como aprista. En 1956, cuando volví al Perú otra vez después de un tercer destierro por ocho años, hallé que ese manuscrito estaba inédito y esa vez Rafael de la Fuente aceptó que San Marcos le publicara su tesis.
Pero, mientras tanto, Martín Adán había contraído una afición urgente al alcohol y se había encerrado en un sanatorio, teniendo como único vínculo con la realidad a Juan Mejía Baca, el librero editor que todos conocimos y estimamos. Mejía Baca desde entonces fue el editor oficial (3) de los poemas de Martín quien, como anuncio de su independencia de todas las escuelas, había publicado Travesía de extramares, un poemario difícil pero de una acusada selección lexical y de metáforas con notarias reminiscencias de Góngora.
Martín Adán dejó de circular por las calles de Lima; Mejía Baca lo ponía en contacto verbal o escrito con el resto de la comunidad, y él publicó entonces entre otras cosas su poema sobre Macchu Picchu y varios otros poemarios de estilo secreto, con un lujo de metáforas, como no habido otro escritor de su tiempo que alcanzara su altura. Y así se lo llevó la vida más que la muerte. A Martín Adán lo hicieron académico prácticamente por sometimiento intelectual. Eguren y él, en la Academia, eran dos aves raras. Solo que Eguren murió antes de que ingresara a la institución que don Ricardo Palma trajo al Perú. Todo esto forma parte de una crónica; no de un juicio. Creo que este juicio todavía está por formularse y que colocará a Martín Adán al margen de todos los escritores peruanos de su tiempo y de otro tiempo. Era un pequeño brujo el poeta de la Rosa de los años treinta. Se entendía con el misterio mejor que con la claridad e inauguró una escuela sin discípulos posibles. Yo mismo, que tanto lo busqué y conocí, acabé sintiéndome incompatible con sus extravagancias y sus delicadezas. Pienso que perpetuar y aumentar el nombre de La Casa de Cartón es una excelente idea que nos obliga a los escritores o mejor dicho, que obliga a los escritores a tener frente a su visión el raro y singular ejemplo de Martín Adán, nuestro Stephen Dedalus, redivivo.
Miraflores, 25 de octubre de 1995.
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(1) Texto publicado en La casa de cartón de Oxy, número 2, año 1993.
(2) Nos cuesta imaginar a un Martín Adán "empeñado en publicar".
(3) Se sabe que Juan Mejía Baca no intervino en la edición de Travesía de Extramares.
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