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LUIS ALBERTO SÁNCHEZ / PORTADA DE LA EDICIÓN PRÍNCIPE DE "LA CASA DE CARTÓN"

Prólogo de Luis Alberto Sánchez a "La casa de cartón"

A propósito de los 90 años de "La casa de cartón" (1928), reproducimos el prólogo que la ha acompañado desde 1928 a la mayoría de ediciones [1]. 

Publicado: 2018-02-07

                                                                                                                  A Martín Adán

 

Si no fuera por usted, jamás habría aceptado repetir la suerte [2]. Con esta van dos veces que toreo al alimón con Mariátegui, y, la verdad, el público va a chillarse desde el tendido. La anterior me tocó a mí el colofón y a él el prólogo, para Tempestad en los Andes [3]. Ahora a él le ha tocado el colofón y a mí el prólogo. “Así no va mi plata –están gritando los entendidos-: estos es repetición de los mimos”; y, por cierto, es mejor evitar ciertas comparaciones…

Pero a usted no le puedo negar unas líneas en el pórtico de este libro, que es una batalla ganada. Rafael de Lafuente Benavides [4], mi ex discípulo cuando yo era “Herr Lehrer in der Deutschen Schule”, y él un alumno demasiado ejemplar, dicta aquí su testamento [5]. Y yo vengo a servirle de testigo, de portacirios en esta extremaunción a un hombre aristocrático, clerical y civilista [6]. La ginecología sabrá el secreto de cómo apareció Martín Adán.

Pero, Martín Adán, con ser distinto a Rafael de Lafuente Benavides, tiene de semejante con él, el recato y su gesto modoso. De Proust aprendió quizás cierta delectación parsimoniosa en el describir, y de Joyce, un acento delator de sacristía. Lafuente debió ser fraile. Me parece que alguna vez oí decir, cuando él era niño, que sentía la vocación eclesiástica. Felizmente, la ironía, la lectura, y el cigarrillo, le abroncaron un tanto la voz aflautada y la vocación pastosa. Jamás apreciaremos debidamente la influencia del cigarrillo en la literatura. De ahí, han surgido esos poetas de café, esos charladores de chismografía buderlera, esos evocadores que apausan el relato con pitadas largas como humo de chimenea de steamer. Pero, ni el cigarrillo ha podido borrar enteramente la actitud católica y modosa de Martín Adán. Sigue siendo un aristócrata, un clerical a medias, un tipo de Joyce, medio Stephen Dedalus, aunque haga arte de vanguardia.

Porque, sin duda, este es arte de vanguardia. A algunos les parece que no y, claro, dentro de una monocordia política, todo cuanto no trasunte afán social, resulta apolítico y retrasado. Si lo fuera, Adán coincidiría con su tendencia, con su chuanismo literario en el fondo, aunque la forma está brincando de novedades. Novedades superiores a las de casi todos estos señores que pretenden manejar prosa actual entre nosotros, y resultan unos tristísimos simios, que roban metáforas y cuentos a Beingolea, para ensartarlos con imágenes en Jarnés y de Morand (traducido previamente al castellano). Siquiera ha salvado su epidermis de este terrible meridiano intelectual de América, la traducción –que dijo algún acertado malévolo de Gaceta- y tiene abierto el espíritu a vientos que no son de exclusividad española, como en los tiempos de los galeones.

Lafuente es de vanguardia, por su frescura de imágenes, por sus dislocamiento, por su humorismo, por su deportismo en el estilo; pero este afán de hacer literatura y frases acusa cierto decadentismo, distante del ritmo rubeniano, pero, no por eso, menos decadente. Lo decadente es aristocrático siempre, pero hay un vanguardismo de lo decadente, y este es el que practica Martín Adán. Con ello ratifica que en él no ha muerto el civilista. Simplemente asistimos a su extremaunción. Tiembla en los labios el requiescat, pero no es tan fácil libertarse de la presión, aun invívita de las ligas con Index expurgatorum para voluntades remisas y ángeles guardianes que se entretienen con música de pianola. Todavía Martín Adán, que ha salido por obra de las primeras páginas de este libro, a la literatura, corre el peligro de caer en los brazos de Entre Nous [7], y que su delicadeza convenza a las jóvenes suspirosas de ese centro de selección, declamación y pastas. Le respalda tan solo, el relativo aguzamiento crítico de tan virtuosas damas, para quienes recién se inicia el ciclo de Rubén, el maldito de otrora y hoy lleno de aristocracias, con su princesa triste, sus Ledas y sus cisnes, tan desacreditados que hasta han desaparecido de nuestro Parque Zoológico.

Tiene además, Martín Adán un prurito fatalísimo de ser disciplinado. Pero por lo menos, así era Rafael de Lafuente, en la Deustche Schule. De nacer en otro tiempo habría sido partidario de García Moreno, y es dueño de una excelente pasta de soldado. Por eso hay que desconfiar de los malabarismos y contorsiones de su literatura. Mucha voluntad vigilante ha entrenado ese estilo. Y Martín Adán que es un gran masajista literario, ha adelgazado su manera, la ha obligado a la acrobacia, la ha enseñado el volatín, el triple salto mortal, la caída del ángel y el paso de la muerte, a fuerza de cuidados, de firme decisión de ser dislocado. Gitano de su verbo, lo raptó cuando apenas balbuceaba, y ha logrado romperle las articulaciones para obligarle a todo género de piruetas. Luce, por eso, un desenfadado que ya quisieran para sí los hombres públicos que marchan a Europa con la ilusión de Voronoff.

La casa de cartón abre sus puertas frágiles a la curiosidad lectora. Un buen gusto alerta, unas podaderas incansables, un auténtico sentido artístico, han levantado estas murallas de juguetes, en las que Ramón tiene sus desvaríos adolescentes. El sexo asoma, urgente pero inexperto y hay deleite, disimulado entre exquisiteces verbales, cuando surge Catita, o aunque sea la tía gorda, de la bata de motitas. Está Ramón en la edad en que toda mujer parece angélica. Pero, así, por eso mismo, La casa de cartón va a convertirse en Casa de Orates, para muchos críticos nacionales. Mal hace Martín Adán en darles, de repente, prosa que va a soliviantar lo poco de sentido que aún quede olvidado dentro de sus cráneos.

Ya se hablará de Eguren, cuando asome el libro. Eguren, en efecto, a quien dedica el tomo, fue el numen tutelar de la infancia de Martín. Él le enseñó el amor a la palabra arisca y pudorosa; el desafecto por el vocablo duro y plebeyo; el fervor de imaginero renacentista para su prosa; una patente de artista paciente, tenaz, delicadísimo. Pero Martín, se emancipó de Eguren, porque no es fácil que nadie pueda permanecer en ese mundo único de José María. La realidad no la aíslan así no más, los poetas. Y Eguren es en la literatura americana un caso único y formidable de imaginero efectivamente suprarrealista, un creador de cosmos, un engendrador de figuras con técnica y teleología definitivamente personales. Vallejo, el otro gran poeta nuestro, entra a la literatura bajo el signo de Herrrera y Reissing, pero le gana la vida. Hay sangre auténtica en sus poemas, como hay sueño celeste en Eguren, como hay vida, pero sin dolor aún, sino crispaciones, todavía sin agonía, en Martín Adán. A este adolescente emancipado le hace falta vivir [8]. No ha salido del colegio Stephen Dedalus. Y sin embargo, La casa de cartón escandalizará a las derechas y será juguete de niños, rabieta de gentes mayores.

El lector no se debe deja estafar. Me he erigido policía suyo, para que no crea muchas de las actitudes de Martín, la primera: no tenga fe en su deslabazamiento. Fue –lo sé- un aprovechado y disciplinado estudiante de Castellano, y se sabía a la perfección las reglas de la concordancia, el método de los diformismos, la razón semántica de la ortografía. Además, quiere mucho su prosa, su estilo, para desampararlo. Recuérdese lo del masajista y lo del gitano de su verso, y con ello pienso ganarme una adhesión entusiástica.

Este escritor recién aparecido tiene una rara manera de salir a la palestra. Aparece en trío, pero trío belicoso [9]. Como tiene madera y personalidad, aguanta embestidas. No se trata de un mequetrefe al que le asustan las disputas. Aunque Eguren le enseñara a ser pudoroso, él, antes había gustado de cierta coprolalia en sus escritos [10]. El cigarrillo, la coprolalia: cómplices de la pérdida de su vocación clerical. Ahora, será difícil que enderece el rumbo. Alguien ha dicho que el mundo vira hacia la izquierda, y Martín de desliza hacia la izquierda. No hay más remedio. Pero, esos sí, él entiende la izquierda literaria, totalmente apolítica. Totalmente artística, totalmente literaria. Y si la humanidad no puede vivir sin la política, y si hasta esta obra se explica por una razón política, estoy seguro de que La casa de cartón la levantó Martín en el limbo, en las nubes, en cualquier parte, adonde solo le alcance el rumor de sus adiciones literarias y en donde pueda hacerse la ilusión de ser clerical y civilista (dedicatoria). Solo que civilismo no es ya un partido, sino un modo de ser, un término que en vez de estar en Burguess, en Schmoller, en el amigo Távara, (Comercio, año 62) [11], debe figurar en Freud o en el doctor Delgado [12].

Mi querido Martín: rechace lo de su filiación a France; usted no es necrófago. Y ya France, para nuestro criterio artístico lleno de vitalismo, ha quedado expuesto como “un cadáver”. Porque hasta en Eguren se encuentra la pasión y la inquietud. Y usted que leyó poco a Antonio Azorín, pero que antes del ejemplar castellano de El artista adolescente ensayó una traducción de Stephen Dedalus, sabe muy bien que no es escepticismo lo que inspira su visión de las cosas, sino una inquietud por hallar lo cierto, y la vacilación de estar pisando en el vacío. Agonía, pero silenciosa y pudibunda. El crepúsculo de una suave doncella del santoral.


                                                                                   Luis Alberto Sánchez.

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[1] Fuera del libro, este texto solo ha sido reproducido en la revista La Sierra

[2] No queda del todo claro que Martín Adán le pidiera el prólogo a Luis Alberto Sánchez pese a que este último lo declarara varias veces y pese a que otros señalan que en efecto buscó ese padrinazgo (Núñez). Lo decimos porque también pudo haber sido la suma de intereses entre José Carlos Mariátegui y Sánchez por animar al jovencísimo poeta. Consideremos además que todos libros de Adán siguen ese patrón, se publican por iniciativa de otros, el autor se desentiende de prólogos o presentaciones. ¿Pudo La casa de cartón haber sido la excepción al tratarse del primer libro? Quizá, pero que haya sido el mismo Sánchez también el editor e impresor -Talleres de Impresiones y Encuadernaciones "Perú"- da que dudar.  

Además, tenemos la respuesta de Adán a José Antonio Bravo sobre ubicación de los Poemas Underwood en el libro. Pregúntale a Sánchez, le decía. O los comentarios a Albertos Benavides sobre la proclividad de Sánchez a ponerle prólogo a todo. O, para no abundar en decires, las cartas que años después intercambiarán y que Andrés Piñeiro recoge en un libro relativamente reciente. En estas Adán le pide a Juan Mejía Baca retirar de todas las futuras reediciones de sus libros las menciones y prólogos de Sánchez: “la amistad de Sánchez conmigo nunca fue entrañable […] sino simple relación formal y habitual, como la que puede existir entre profesionales de la literatura, nacidos de clases sociales y con ideas políticas diferentes y, a veces, encontradas.” Y al mismo Sánchez le dice: “somos dos peruanos inteligentes –yo más que tú por si acá [sic]- y ya pasó el lío y dejémonos de cojudeces”. Esta riña -hubo alguna otra más- tuvo su origen en algún comentario de Sánchez sobe la situación social y económica del poeta. Tal vez uno parecido al que Vargas recoge de pocos años después: “Dentro de ese ambiente retenido y católico, creció un niño de cuerpo endeble, modales un tanto titubeantes, mirada sonámbula en los grandes ojos oscuros, una gran frente, una sonrisa tímida y un hablar incisivo, de impresentidos rumbos. Rafael de la Fuente fue un niño normal, estudioso, recogido y débil, con todos los atributos del muchacho mimado, unigénito y sobrino de tías solteronas" (alusiones de clase social y formas de ser presentes también en el prólogo que arriba reproducimos). Aquella vez, pues, Adán reclama cómo Sánchez juzga la personalidad por y según la situación económica.

[3] Valcárcel, Luis E. Tempestad en los Andes. Prólogo de José Carlos Mariátegui ; colofón de Luis Alberto Sánchez. Lima: Minerva, 1927. 

[4] Sánchez no solo confunde el apellido de Martín Adán, también, a la vez que publica su primer libro, delata su verdadero nombre: Rafael de la Fuente Benavides.

[5] Junto a Emilio Huidobro, Alberto Ureta y Richard Westermann, Sánchez fue profesor en el Colegio Alemán, ubicado en aquel entonces en el Centro de Lima, de quienes serían luego importantes hombres de letras: Estuardo Núñez, Emilio Adolfo Westphalen, Paco Moncloa, José Alvarado Sánchez y el mismo Martín Adán.

[6] De esta expresión en broma que Sánchez comparte con Mariátegui deriva las dedicatorias que Adán luego coloca en los libros: "Para ......, este ejemplar clandestino de una edición malograda, con la protesta política clerical y civilista así como con la simpatía personal y fraternísima de Martín Adán. 18/VII/1929 Lima". 

[7] Asumimos que se refiere a la antigua asociación cultural Entre Nous, conformada por señoras de alta sociedad, que solían (¿suelen?) organizar operas en la Casa Larriva del Centro de Lima.

[8] La anotación es precisa porque La casa de cartón será la primera novela en el Perú cuyo protagonista es un adolescente. 

[9] En lo siguiente alude a su rivalidad política con José Carlos Mariátegui, la cual se expresó poco tiempo antes en artículos de ida y vuelta. 

[10] A este punto se le puede sumar lo antes dicho por Sánchez ("Mucha voluntad vigilante ha entrenado ese estilo") y lo dicho por Emilio Adolfo Wetsphalen ("ese pequeño libro había sido precedido por un precoz y asiduo ejercicio de toda la gama concebible de la lírica en verso español, ejercicio que, al par de las iniciales manifestaciones de desacato a usos y creencias infundadas, sería declarado ineficaz y nulo, archivado y destruido en consecuencia") para suponer, como lo hace Luis Vargas, la existencia de trabajos literarios en prosa anteriores a “La casa de cartón”. Dice el biógrafo: “Esto puede ser comprobado ante muchos cuadernos de prácticas de estilo que hoy se guardan entre sus documentos, ejercicios de escritura en los que Adán copiaba fragmentos sueltos de prosa ajena y luego los releía subrayándolos con diversos colores. Los cuadernos que nos han llegado deben de ser de finales de la década de 1930; en ellos, como en los papeles con listas de palabras y esquemas, se revela esta constante preparación que ya existía en los años escolares.”

[11] Referencias no ubicadas. 

[12] Comentario que tiene algo de presagio al ser luego el hospital Víctor Larco Herrera residencia por varios períodos de Martín Adán. 


A continuación imágenes con el prólogo de Luis Alberto Sánchez en la edición príncipe de "La casa de cartón":

* Agradecemos a Marlene Polo Miranda su autorización para publicar este texto en nuestra página. 


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Barranco de cartón

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