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Retrato Impúdico de Martín Adán (Sebastián Salazar Bondy)

Sin lugar a dudas, Sebastián Salazar Bondy (1924-1965) es una de las más influyentes y paradigmáticas figuras de la literatura peruana del siglo XX. Como bien se sabe, su pluma discurrió por los cauces de todos los géneros literarios y temas afines a la difusión de la cultura, fuese como poeta, dramaturgo, ensayista, narrador, periodista o promotor cultural. En su faceta periodística, como crítico literario Salazar Bondy se ocupó de la difusión de la obra tanto de escritores canónicos peruanos como la de sus contemporáneos. Entre estos últimos, la figura de Martín Adán ocupa un espacio muy significativo dada la admiración que siempre profesó Salazar Bondy por el talento y figura del poeta limeño, muy particularmente por "La casa de cartón". Los textos que se presentan a continuación son un fiel reflejo de esta devoción (Alejandro Susti)

Publicado: 2018-05-28

Retrato Impúdico de Martín Adán
Por Sebastián Salazar Bondy 

Al Martín Adán de todos los días que pocos conocen de cerca, a ese de la traza de conspirador, huidizo por lo común como si llevara oculto por bajo de la chaqueta algún petardo reaccionario, y cuando le viene en gana mordaz charlatán con fabla de malabar irónico y despiadado; al Martín Adán que conversa de genealogías y abolengo con locuacidad y regusto, se torna inquisidor de familiaridades o que, en exceso de urbanidad de la mejor escuela, saluda y se despide con buenos modales; al vástago civilista y severo católico, apostólico y romano que hace uso y abuso de abundante coprolalia pero que juzga con ojo zahorí de primerísima mano e incisiva penetración; al Martín Adán complejo que hace tribuna de taberna, académico de revoluciones, le corresponde como la horma de su zapato La casa de cartón. Porque es en ese libro juvenil donde aparece la pluma de un panfletario suelto de cascos y bien guarnido de barroquísima expresión a través de la cual, en la mejor prosa que en el Perú se ha escrito, se dice vela verde del mundillo barranquino lleno de tías y amigotes. Allí - perdóneseme el sacrilegio literario - aparece un González Prada más tuno y perverso, más aristocrático y acerado, que no ataca formas políticas sino que arremete con lanza y tizona de buena cepa limeña contra formas sociales, relaciones y parentescos que a fin de cuentas son más molinos de viento que aquellos que Quijano el loco, el sabio, confundió en buena hora con gigantes.

El regocijo martinadaniano no es el regocijo gonzálezpradesco. El del autor de Propaganda y Ataque es el del señor venido a menos, un tanto populachero. En todo caso hepático. Martín Adán propina zurriagazos bastante crueles a más de uno, con tanta o más saña que el anarquista de 1880, pero de ello no se dan cuenta sino unos cuantos que no son, como él quisiera, civilistas, ni clérigos, ni togados, sino gentes de baja estofa, de la baja estofa en donde se cocina lo puro, lo encantador. Si Martín Adán no funda partido político es porque no quiere o porque cree que al Perú lo salva cualquiera. Pero – no lo dude nadie – sus páginas son más libres que las del autor de Pájinas libres. Además Martín Adán pertenece, según los entendidos, a mejor familia, aunque él lo niegue a roso y velloso.

Con La casa de cartón me paseé por los patios de la Universidad de San Marcos en la que cursó con excelente resultado y para sorpresa de los catedráticos no muy doctos de su entonces. Y provoqué la perplejidad de mis correctos condiscípulos y la ira de los incorrectos, los gonzalespradistas. Para mis adentros y a veces a gritos dije que yo era martinadaniano rebelde y malcriado. Muchas lecciones recibí de ese librejo - aparte de la del buen gusto, extraño en la letra escrita del Perú – y entre ellas la de no intentar conocer al escritor a quien se admira si no es a riego de mellar en buena parte esta admiración. No puedo olvidar, por más que quiero, que en la primera visita que le hice con el objeto de testimoniarle mis simpatías de adolescente mataperro y satisfacer mi avidez de adolescente curioso, hizo alusión reiterada a un ataque periodístico, y con afán acusador e impertinencia intencionada me lo atribuyó hasta el extremo de hacerme sentir culpable de algún pecado mortal contra su persona. El estudiante martinadaniano que era - ¡fuimos muy pocos los martinadanianos! – tuvo en aquella ocasión que escurrirse lo mejor que pudo.

Aludo a La casa de cartón porque pinta al poeta de pico y patas. No olvido los "antisonetos" en los que Mariátegui vió al auténtico creador, ni su Rosa de la espinela de pureza irreprochable, de poesía indiscutible, henchida de fervor clásico castellano y novísimo por personal y hondo. No olvido su Travesía de Extramares que no entiendo por el arregosto de nomenclatura oscura y difícil pero en cuya retórica - aquí retórica en el noble, en el elogioso sentido - se reclama el más principal lugar de nuestras letras. El "Aloysius Acker" permanece en el misterio, accesible sólo a unos cuantos de su casta, no a mí que si bien fui de su bandería no soy lobo de su camada. No olvido todo ello, digo, pero me gusta el Martín Adán de La casa de cartón lleno de picardía, ladino y bribón. Me gusta y yo no tengo la culpa. Que los exquisitos husmeen la alquitara de los demás, que en la novela poética encuentro la mejor madera, la materia mejor.

Yo no sé si Martín Adán está o no contento con el régimen actual, pero mucho me temo que el petardista que hay en él – alguna vez gritó en el General de San Marcos: ¡muera la libertad! - trame alguna revuelta. Si así fuera, que sepa que de cualquier modo estoy en su facción.

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* El texto que publicamos aquí con permiso de la familia apareció en la Revista San Marcos, número 1, de julio-agosto de 1947. 


TAMBIÉN PUEDE VER:  

- El conflicto vital de Martín Adán.

- Colofón para Martín Adán.





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Barranco de cartón

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