“La soledad es absoluta: es el fin del afán” (Augusto Tamayo Vargas)
Discurso en el sepelio de Martín Adán, el 31 de enero de 1985, a cargo de Augusto Tamayo Vargas, director en ese entonces de la Academia Peruana de la Lengua y el Instituto Nacional de Cultura. Días después salió publicado en suplemento cultural de La Crónica.
“La soledad es absoluta: / es el fin del afán”. Estas palabras de Martín Adán rubrican la vida de Rafael de la Fuente Benavides al filo de su muerte. Sentimos el desgarramiento de una existencia que se condenó a sí misma a la soledad. No se debe minimizar este gesto vital con resentimientos que no correspondía a la índole de Martín Adán.
Como amigo de más de cincuenta años atrás, pero también en mi calidad de Director del Instituto Nacional de Cultura, vengo a reencontrarme con Martín Adán para expresar mi dolor no sólo por su muerte sino por el largo vacío de su comunicación con los que fuéramos sus amigos en horas de su radiante afirmación de personalidad como poeta y como hombre excepcional; y que después de acompañarlo en largas horas no nos quedó sino seguirlo de cerca. No puedo dejar de decir hoy que mi generación – de los años 30 – mantuvo admiración sin reservas por su talento de creador y que asistimos emocionados al banquete brillante de su palabra, que detrás de los deslumbramientos se quebraba con una intensa emoción sobrecogida y sabiamente administrada. Debo, por ello, dejar el primer sitio al amigo para después decir algunas frases que respondan al sobrecogimiento que la cultura del país siente ante la desaparición de uno de su gonfaloneros más eximios.
El amigo recuerda especialmente los brillantes tres meses de Martín Adán en Arequipa, donde el destino nos deparara un permanente encuentro diario ante la clausura de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Supimos entonces con abundancia de su brillante ingenio, pero al par de su tremenda y honda melancolía interior que sólo se acallaba recitando sus propios poemas, algunos los perdidos y no reconocidos por él del Aloysius Acker. Entre ellos estuvo también el hermoso “Narciso Al Leteo” que publicáramos en la revista “Palabra”. Recuerdo entre otras, una mañana de 1957 en que Martín Adán ya entregado a su soledad ofreció nuevamente el inapreciable goce de su poesía que surgía en él por una necesidad ineludible. Hace muy poco tiempo tuve la satisfacción de presentar un puñado de sus poemas en un programa radial y sentí entonces al revistar toda su obra ese extraño hálito de su personalidad singular donde parecía soplar constantemente una brisa de desolación sobre una playa solitaria y desgarrada.
A esa obra a la que dedicara tantas páginas en mis estudios de “Literatura en Hispanoamérica” donde señalo que el grupo peruano de 1926 representa con indudable técnica poética el paso al ordenamiento del desorden vanguardista: Decía en este texto “Tal vez si el más original – o más contradictorio consigo mismo – y a pesar de ello más apegado a fórmulas que vimos esbozarse en la novela – poema LA CASA DE CARTÓN, es Martín Adán, quien concibe una poesía barroca que se abre con Aloysius Acker – poema perdido de los finales del 20 y que va hasta LA MANO DESASIDA de 1964. Sus antisonetos, su TRAVESÍA DE EXTRAMARES, colección de extrañísimos sonetos hechos al ritmo de Chopin; su carta poema ESCRITO A CIEGAS, con sus contradicciones puestas en un elegante barroco donde suenan voces muy antiguas y muy íntimas, un culteranismo y conceptisimo Siglo XX, donde la gramática y el sentimiento parecen una pelearse a ver quién gana, constituyen una poesía única tal vez no sólo en el Perú sino en Hispanoamérica toda”. Y terminaba con algunas citas poéticas de las que quiero escoger aquí aquella que dice: “si no eres nada sino en mí, mi sima / si no eres nada sino mi peligro / sino eres nada más allá sino mi paso / que vengan todos con sus hedor y siglo”.
En nombre del Instituto Nacional de Cultura quiero aquí, ante la huella ya cerrada de su vida, expresar, el reconocimiento que su obra mereció en todo momento del país.
Ayer, el INC, insistió inútilmente en rendirle el homenaje de su casa en nombre de las Instituciones Culturales del Perú, en general. Martín Adán fue uno de los primeros premios de “fomento de la cultura” en 1946, y, nuevamente, en 1961; y el primer consagrado Premio Nacional de Literatura en 1973/74. Si la Universidad de San Marcos publicó su extraordinario libro “De lo barroco en el Perú”, el Instituto Nacional de Cultura publicó por primera vez su “Obra poética” en general, recogiendo comentarios de críticos de José Carlos Mariátegui, Estuardo Núñez, Luis Fabio Xammar, Jorge Eduardo Eielson, Luis Jaime Cisneros, Sebastián Salazar Bondy, José Miguel Oviedo, Luis Alberto Sánchez, Edmundo Bendezú Baraybar, Emilio Adolfo Westphalen, Juan Carlos Ghiano, Julio Ortega, Alberto Escobar quienes señalaron su lucidez y el vapor permanente de su poesía dentro de unas experiencias más notables de literatura en el mundo hispánico de las letras. El Perú ha perdido definitivamente a este insaciable creador de belleza, pero quedan definitivamente sus poemas para revivirlo a nuestro paso con las peculiares notas de esa su poesía: “Simple como tu piedra / espíritu eres”, le decía a Machu Picchu. Y así ha quedado su poesía: “Estas desnuda / exacta, sin qués ni quiénes / lista al tacto e impenetrable / sin una sola flor de verde”… Poeta esencial, los hombres del Perú te recordarán siempre. Y el Instituto Nacional de Cultura, te proclama, una vez más, en el momento solemne de la muerte, como uno de los más grandes poetas de nuestro país en el correr del siglo.