De las circunstancias de este natalicio  - de sus motivos, interpretaciones y efectos hablaremos en otro post - trata el siguiente testimonio de Armando Bazán, considerado por el mismo Estuardo Núñez la versión más ajustada a lo real (1) .   
Mariátegui y martín adán

Por Armando Bazán *

Cuando José Carlos Mariategui regresó de Europa el año 1923, traía un febril anhelo de trabajo intelectual, como si presintiendo su prematura muerte hubiese querido realizar en años, lo que algunos – y no de los peores –suelen hacerlo en décadas.  

Todos lo veíamos escribir para diarios y revistas nacionales y extranjeras, conceder entrevistas y reportajes de todo género, ir de una biblioteca a otra en procura de datos para sus conferencias en centros culturales o en locales de sindicatos, planear la edición de una nueva revista y asistir a reuniones casi cotidianas de naturaleza partidista. De este modo, su salud ya precaria desde su niñez, no pudo sostenerse y al cabo de meses sufrió una nueva tremenda crisis que lo llevó al Hospital Italiano, donde el maestro de cirujanos, Guillermo Gastañeta, pudo arrancarlo de la muerte; pero costó al paciente la amputación de una pierna.

De una breve convalecencia en Miraflores, vino a instalarse, inmovilizado, a unos metros del antiguo Hipódromo, es de decir del campo abierto. Y su hogar se hizo a poco un verdadero centro de cultura a donde acudían escritores y artistas de diferentes generaciones y de las más dispares tendencias políticas, sociales y estéticas. Allí solían encontrarse el entretenido y burlón don Manuel Beingolea con el hierático José María Eguren; el obeso médico Sebastián Lorente, con su infalible clavel rojo en el ojal, y el estilizado jurisconsulto Luis Merino Vigil, siempre con libros y revistas debajo del brazo; la inquieta y fascinante Blanca Luz Brum, viuda reciente de Parra del Riego, y la tranquila, pacible María Wiesse, flamante esposa de José Sabogal. A veces cruzaban por aquel hogar Alberto Ureta, alto, enhiesto y de pausado gesto; Dora Mayer, pequeñita, un poco inclinada, dinámica y luminosa en la mirada y hasta el mismo “cantor de América autóctono y salvaje” don José Santos Chocano.

Acudían también jóvenes estudiantes o anónimos artistas, que a veces resultaban probando un valor inestimable. Así se presentaron cierta vez, a la hora crepuscular, dos extraños visitantes. Un poco azorados y balbuceantes al principio, tomaron a poco su perfecto aplomo, para lucir uno de ellos su agudeza de observación, su sentido del humor, su facilidad y buen gusto expresivos; el otro su erudición literaria, su inclinación al análisis y a la crítica. En la tarjeta de este último habíase leído el nombre de Estuardo Núñez. Ya para terminar la entrevista, el primero de ellos puso en manos de Mariátegui los originales de un libro, rogándole que lo leyera para decirle el juicio que le merecía.

Cuando días después se reprodujo la escena, con los mismos personajes, el director de “Amauta” manifestó de inmediato la magnífica impresión que habíale causado el manuscrito. Eran de admirar su riqueza idiomática, su don de recrear la vida en la “búsqueda del tiempo perdido”, la luz de fina poesía que bañaba indirectamente a los personajes y vericuetos de la trama, etc., etc., pero – hay algo agregó – contra lo cual manifiesto mi absoluta discrepancia.

El rostro del autor, que hasta aquel instante venía expresando una satisfacción cada vez más en aumento, cobró de pronto un aspecto sombrío e interrogante.

-  Es, dijo con énfasis Mariátegui, el nombre del novelista. Rafael de la Fuente, no se armoniza con su obra realmente notable; me suena algo así como Lucila Godoy, como Cayetano Rapagnetta... Ve usted, estos dos personajes, entre centenares de otros, presintiendo el gran destino que les esperaba, reemplazaron sus inexpresivos apelativos por otros simples, musicales. Hoy se llaman Gabriela Mistral, Gabriel D'Annunzio. Hay que cambiar pues el suyo de cualquier modo.

¿...?

-  Tengo la impresión de que usted representa visiblemente la persistente tentativa de llegar a la completa transformación, el término del esforzado salto que va del simio al hombre... Hay que buscar, pues, dos términos que representen o simbolicen este acontecimiento.

Después de una serie de búsquedas y ensayos Núñez adujo:

-  En tal caso, representando al simio podríamos emplear la palabra Martín... Casi todos los monos que conozco se denominan Martín.

Perfectamente - continuó el maestro - y como hay tantísimos apelativos humanos, para representar a nuestro género tomaremos el del primero que habitó la tierra: Adán.

-  Perfectamente – exclamaron los tres contertulios restantes – Martín Adán.

Poco tiempo después apareció con el nombre de este autor, desconocido aún pero en extremo sugestivo, la primera edición de la “Casa de Cartón”. (2)


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* Armando Bazán Velásquez (Celendín, 1902- Lima, 1962) fue escritor, diplomático y director de varias publicaciones, una de ellas, Poliedro, donde colaboraban César Vallejo (junto a él lo expulsan de Francia), Xavier Abril, Magda Portal, entre otros. De José Carlos Mariátegui fue su discípulo y biógrafo: Biografía de José Carlos Mariátegui (Chile, 1939)

El texto que publicamos aquí salió por primera vez en la revista Cultura Peruana, número 130, año 1959.

Detrás de José carlos mariátegui, parados de izquierda derecha están
 Ricardo Martínez de la Torre, Armando Bazán y Enrique Bustamante y BalliviáN
(FOTO tomadaa por Hugo Pesce, 1928)


(1) Versión que antes de oponerse, se complementa a la de Estuardo Núñez cuando afirma que fue José María Eguren quien los llevó a la casa de José Carlos Mariátegui y los presentó. 

En este video, Núñez habla de Bazán con Ricardo González-Vigil:


(2) En 1927, José Carlos Mariátegui al publicar en Amauta el primer poema de Adán y sus primeros fragmentos de La casa de cartón, presentar al poeta con la siguiente nota de pie página: 

"Estas páginas pertenecen a un libro de Martín Adán, —prosador y poeta peruano—, que se titula también La Casa de Cartón. Martín Adán es un debutante que desde su ingreso en nuestra asamblea lite­raria se sienta con desenfado entre los primeros. No tenemos ningún empeño en revelarlo, porque es de los que se revelan solos. Su presentación no necesita padrinos. Aunque acaba de llegar, Martín Adán tiene ya el aire desenvuelto de un antiguo camarada. No diremos siquiera a que generación pertenece, para que nadie afirme que le abrimos un crédito excesivo e imprudente a la "nueva generación". Su ficha bibliográfica está todavía en blanco. Pero La Casa de Cartón es un documento autobiográfico: memorias novelescas de la adolescencia estudiosa y aplicada, aunque un poco imperti­nente, de un colegial que, a pesar suyo, ganó siempre en sus exámenes las más altas notas. Si todo debut es un exa­men, Martín Adán tiene asegurado otro 20. Su nombre, se­gún él, reconcilia el Génesis con la teoría darwiniana. Le hemos objetado, privadamente, que Martín se llaman los monos sólo en Lima y el Barranco y que Adán es un pa­tronímico inverosímil. Más si Martín Adán se llama así real­mente, no cabe duda que se trata de un humorista y hereje de nacimiento. Lo sacamos al público en flagrante herejía. La primera consecuencia de este debut será, acaso, una ex­pulsión de la A.S.J. Lo deploraríamos mucho porque Martín Adán, además de ser una persona muy bien educada, como los demócratas equívocos de Don Nicolás de Piérola, cuando 'no se sienten tales, se marchan solos'".


FOTO DE PORTADA: Casa Museo de José Carlos Mariátegui, ubicada en el jirón Washington, número 1946, Cercado de Lima.