Sonetos de la rosa: VI (Martín Adán)
La rosa que amo es la del prudente,
la de sí misma, al aire de este mundo,
porque lo que es, en ella, lo confundo,
con lo que fui de cuerpo y no de mente.
Si en la de alma espanta el vehemente
designio sin deseo y sin segundo,
en esta vence el incitar jocundo
de un ser cabal, deseado, competente.
Así, el engaño y el pavor queridos
cuando la rosa que movió la mano
golpea, dentro, al interior humano.
Que obra alguno, divino de pequeño,
que no soy y que sabe, por los sidos
dioses que fui, ordenarme asá el ensueño.
"Sonetos a la rosa" (1931-1942)
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“La rosa es un símil del espíritu externo que vuelve a despertar en el poeta los recuerdos de su propio origen divino. Es consciente de la presencia de una realidad personal diferente al yo, que representa algún elemento de divinidad dentro de él y que le capacita para poner orden en las ilusiones que abriga en su mente. Este elemento de divinidad podría identificarse con la capacidad poética de transformar sus experiencias en un medio verbal; es un poder que el poeta considera inspirado por la divinidad” (John Kinsella, 1989)