Poema para Martín Adán (Roger Santiváñez)
Este ‘Poema para Martín Adán’ se publicó en el suplemento cultural La Imagen – editado por Mario Montalbetti y Jorge Caillaux -, que salía todos los domingos en el desaparecido diario La Prensa de Lima, en mayo de 1977. Una anécdota al respecto: Juan Mejía Baca, editor de Martín Adán le mostró al poeta el poema el mismo domingo de su publicación cuando lo visitaba en el sanatorio que habitaba. Y el autor de La mano desasida sólo emitió un gruñido mezclado con un sonoro Mmmmmm. El texto fue incluido por su autor en su primer libro Antes de la muerte [1979] y figura también en la recopilación Dolores Morales de Santiváñez (1975-2005) [Lima 2006].
Por la Plaza de Armas y el Bar Cordano
algunos extranjeros caminaban sin zapatos
y el solo bocinazo, la paloma, el vino tinto.
En la Plaza San Francisco los muchachos
conversaban y decían: abrirse las hebillas
mientras las luces de una ciudad,
en ese instante desconocida y aborrecible,
castigaban con soledad al campanario.
Extranjeros, solitarios, ninguno que aguarde la luna
los bares son baratos les dijeron y el licor duerme
como un límite que ansiara el desnudo de los muertos.
Centro de Lima. Sucio y maldito. Bello ritmo y pavimento.
Jirones golpeados y escupidos.
¿Hay algo más hermoso que la oscura fragancia del gentío?
¿Suda la multitud y va latiendo solitaria?
¿Qué miedo resbala en tu imberbe efervescencia?
Rabia y droga, rameras y asaltantes
Calles enormes en que deambulas ebrio de la soledad.
Y he estado recordando la barba descuidada en tu retrato
viejo de mirada perspicaz, viejo Adán, Martín Adán
he pensado que podría encontrarte como
en mis sueños, la visión del artista adolescente
que recorre las calles buscando lo que nunca encontrará
Seguro me odiarías por nombrarte
pero tal vez iríamos bebiendo y riendo asqueados de amargura
He pensado pero sé que tú ya no andas por aquí
Yo soy de los que llegan tarde
No habrá forma de cansarte con mis pláticas ámbar de
cerveza y euforia, limpieza en destrucción y deseo
Yo podré hartarte con mi pánico y mi torpe inseguridad
y estaré nervioso emborrachado, sorbiendo
a cada instante un trago
mientras tú echarías un vistazo a la basura
que se ve por la ventana.
Silencioso escucharás mi intensa violencia
y dirás muchacho; pronunciarás con fruición desmesurada
entre un espacio cruzado de botellas
Viejo sé que tú tiemblas y resistes
porque por los bares y neones convulsivos
derrumbados y furiosos por las avenidas y ventanas
entre hoteles y cuartos de pisco y música
y muchachas cansadas y vueltas de gritar y desprendidas
de su amplia soledad enfrascadas en ritos prohibidos
como rehenes de un amor que sabe a guinda o a macoña
muchachas desnutridas o bellísimas con algo de oratorio
entre las piernas, sagrado y espasmódico
con la soledad de los hombres que no hablan
sino con los edificios y los transeúntes más desprevenidos
en la bruta soledad de sus papeles y en los cantos
más audaces o en los cantos más absurdos o en los
frutos inventados entre tierras desconocidas y países
que a veces se parecen a la muerte o a la voz de las
ametralladoras apareciendo por los patios como espumas
diciendo a gritos tirándose de los cabellos sin asco
o sin dolor casi dormidos con la piel y el sueño
ellos los jóvenes, los poetas jóvenes te aguardaban.
Pero no aparecerías porque ya han cansado tu sombra
y te persiguen, viejo increíble y sucio
sabes cómo huelen los sótanos o piensas en adorar
la carencia de dioses, tu infierno
y la fuerte visión de un animal sediento
entre las ventanas más grandes de la oscuridad
la que te desnuda libremente y corres
y no abres la boca para comer mientras
sensuales enfermeras te persiguen para darte una cucharada
de un extraño brebaje, viejo artífice
lúbrico e intranquilo como un adolescente
ya estarás aquí bebiendo y la utopía entre sus ojos
Lo que nadie ha creado o lo que nadie ha pensado
Yo soy un intruso que rasca esta máquina
arrancando fiesta frenética al aislamiento y la apatía.
Ahora ellos se acercan y ansían caminar por las calles
durante unas cuatro noches y entonces la gasolina circula
y refresca con su olor a las muchachas y a los adolescentes
que corren a verlas mientras ellas se desnudan entre
algunos jardines y las veredas se llenan de flores
con sus faldas y sostenes hermosos y el sol que nunca
fue tan latigazo brilla en la punta de los pezones.
Y un muchacho gritaba Decadencia Decadencia
Yo escuché decir El mundo qué es esto
y por la noche brotaron los disparos y las ratas
lamían los bellos cuerpos muertos
Completamente borracho recordé un amor que ahora
era un poema demasiado triste o una canción para
espantar la euforia o la amargura
sin entender quiénes eran los asesinos
o sabiendo que ocultos jamás serían juzgados
entonces comprendimos lo que significa la noche profunda
como la muerte profunda, viejo Adán escucha
con tu cuerpo tendido sobre una explanada de césped
la rabia y los temblores y ese viento
inconforme que es más que una ansiedad por construir una belleza
y el tiempo será como tu cabeza poblada de flores
y nosotros destruiremos las flores porque las amamos
y crearemos de otras; seremos.
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* Roger Santiváñez Vivanco (Piura, 1956), estudiante de literatura en San Marcos, miembro fundador en los ochenta del Movimiento Kloaka y doctor en poesía Latinoamérica en la Temple University, Filadelfia; ha publicado los libros de poesía Antes de la muerte (1979), Homenaje para iniciados (1984), El chico que se declaraba con la mirada (1988), Symbol (1991), Cor cordium (1995), Santa María (2001), Eucaristía (2004), Amastris (2007), Amaranth (2010), Roberts Pool Crepusculos (2011), Virtu (2013), Sylva (2015) y Symbol (re-edicion 2015) y New Port (2015)
* Suplemento cultural La Imagen del diario La Prensa de Lima, mayo de 1977: